La historia se repite. Luego de la Nacionalización de Minas en 1953, se vivió un frenesí, una efervescencia de lo minero, puesto que “al estar las fuentes de riqueza en manos del pueblos, sus beneficios irían muy pronto a beneficiar a todos” ese era el slogan y esa la esperanza. Las 16 empresas de la Corporación Minera de Bolivia creada para la conducción de los negocios mineros, fueron otros tantos sindicatos mineros que, se agruparon en la Federación Sindical a cuya cabeza fue elegido Juan Lechín Oquendo que mantuvo su liderazgo prácticamente hasta su muerte. Los sindicatos crearon a su vez los instrumentos para detentar el poder, de modo que surgieron las radioemisoras mineras a partir de Huanuni, Siglo XX, Catavi, San José, Colquiri, etc., que tuvieron por tarea en sus orígenes la superación cultural de los trabajadores y que sirvieran de canales para expresar su pensamiento.
Noble tarea que pronto se vió desvirtuada por intereses encontrados. Las radios mineras se fueron transformando en instrumentos del poder local, por ello no resultó extraño que Radio Catavi (dirigida por lechinistas) se pusiera al frente de Radio Siglo XX (dirigida a su vez por pekineses y en algún momento por loristas-troskystas) Todo marchó bien hasta tanto se trató de oponerse a los mandos gerenciales a los que acusaban de estar politizados y obedecer consignas de Paz Estenssoro, de Siles o de Bedregal (responsable de la política minera del MNR), defendieron a sangre y fuego la vigencia del Control Obrero (una especie de coadministración con ingerencia del sindicato) hasta que todos los recursos que fluían de las empresas y de la misma COMIBOL para mover las radios mineras se fueron agotando. En sus momentos de auge, las emisoras contrataron personal calificado en las ciudades, radionovelas importadas, presentación de espectáculos de alto nivel, etc., lo cual no duró mucho tiempo, cortada la subvención decayó el entusiasmo, las radios bajaron de calidad y fueron una por una extinguiéndose hasta terminar siendo desmanteladas, saqueadas y sus bienes o parte de ellos entregados a cuenta de beneficios sociales a sus trabajadores.
Sobrevivieron a esta debacle, las redes creadas por la Iglesia Católica (Fides, Pio XII, Erbol) que bajo características propias, siendo contemporáneas de las emisoras mineras, todavía hoy como la red Pio XII, en lugar de achicarse crecen tanto en la calidad de sus programas, cuanto en la potencia de sus ondas. Ahora bien, algunos aportes sobre las radios campesinas u originarias como las llama el Presidente.
Como sucedió después de la Revolución del 52, Bolivia vive aires de cambio bajo la inspiración del liderazgo campesino que ganó las elecciones del 18 de diciembre de 2005. Todos los dias oímos algo sobre las reivindicaciones campesinas y la recuperación del tiempo perdido. Nacen organizaciones destinadas a consolidar el poder conseguido por los votos y se ha montado un aparato propagandístico de mayor influencia y capacidad que los escasos recursos del estado que raramente pasaron de la Emisora del Estado, Radio Illimani, del Canal 7 de TV, del Instituto Cinematográfico y de la Imprenta del Estado. Ahora, con ayuda declarada de Venezuela se ha construído la red de 17 emisoras campesinas, de un total de 24 que están siendo instaladas en diversas regiones del país desde Cobija al Gran Chaco, desde Puerto Suárez a Orinoca para dejar “oír la voz de los sin voz” expresión típica de los movimientos reivindicacionistas desde siempre.
Los fines son atendibles, especialmente por la geografía tan dispersa de la realidad nacional. Quién podría poner en duda, que existen pueblos alejados a los que nadie presta atención y que necesitan de un medio de comunicación que organize y exprese sus aspiraciones! La creación de 24 estaciones de radio, considerando que cada una emplee a diez personas, significa más de dos centenares de nuevas fuentes de trabajo que corresponde aplaudir y alentar. Pero, lo mismo que ocurrió con las emisoras mineras podría suceder a largo o menor plazo si acaso no se dan ciertas seguridades desde el momento de su instalación.
La primera es la necesidad imprescindible de que éstas radioemisoras cuenten con personal calificado profesional y técnicamente hablando. No es aceptable la conducta de empleadores que concedan la responsabilidad de los medios a personas improvisadas o que no tengan otro mérito que ser militantes del partido de Gobierno, o allegados a los sindicatos o sus familiares. Las radios campesinas tienen que ponerse en manos de profesionales de la comunicación, para garantizar la calidad de su trabajo y la observancia de normas de ética y respeto por cada ciudadano. Hay que cuidarse de convertirlas en herramientas para propagar el odio, la diatriba, la desinformación, el partidismo cerrado, o la lucha de clases.
En cuanto a su financiamiento se menciona que serán autoimpulsadas, quiere decir que aparte de un capital de arranque tendrán que vivir de la propaganda, aspecto de dudosa realidad puesto que en los mercados locales del ámbito de estas radioemisoras no existen anunciadores potenciales en proporción a los gastos que demande su funcionamiento, que no es nada fácil según lo pueden atestiguar los propietarios de pequeñas radioemisoras que apenas pueden sobrevivir en las provincias cochabambinas. Es de esperar que por la experiencia vivida con las radios mineras, las campesinas no estén destinadas a desaparecer cuando la euforia haya terminado y la realidad sea otra distinta sin subvenciones, ni ayuda venezolana.
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