Si se trata de provocar unas sonrisas, basta la burla. Pero el hecho de que alguien con poder –con mucho poder- diga disparates, merece explicación porque no es algo ni excepcional ni infrecuente. No se trata de lapsus, de tropezones derivados de una improvisación o de una deficiente lectura: es parte de la concepción que algunas personalidades tienen de sí mismas y se echan sobre los hombros la necesidad de hablar de todo, de enseñar a todos, de indicarles todo lo que sucede, porque se han convertido en el guía de su sociedad… en su führer.
Cuando esas personalidades están dotadas de una ideología potente, cualquiera sea su tendencia, pueden trasmitir un mensaje coherente, sólido, contundente hasta en sus connotaciones perversas y represivas. Son las experiencias de Franco en España o de Fidel en Cuba, por contradictorias que sean y aunque ambas hubieran terminado en resonantes fracasos. Lo de hoy, lo de los nuevos líderes latinoamericanos, lo de los flamantes guías espirituales, sociales, militares, son remedos caricaturales, obligados a recurrir a elementos de fácil consumo. Son portadores de una ideología barata, alimentada artificialmente, de masivo consumo popular: la ideología del pollo.
Y cuando Evo dice todo lo que dice, sólo está siguiendo un libreto ya conocido en la región. Otra cosa es que sus áulicos, sus aduladores, los que no son nada sin él, estén obligados a decirle que ha hablado maravillas y que uno de sus ministros nos haga creer que sólo come pollo criollo -un verdadero lujo en estos días- o que nos digan que no usan ponchos de plástico porque prefieren el poncho tejido de lana de Tarabuco, un lujo accesible sólo para turistas ricos y no para el común del pueblo y menos para mochileros ambientalistas. Pero esa pobreza ideológica o difusión de la ideología del pollo, es una práctica corriente. Hay que acordarse de la recauchutada -y no con productos naturales- doña Cristina Kirchner, cuando recomendaba mayor consumo de carne de cerdo y contaba –los caudillos siempre relatan sus experiencias personales- los enormes gozos sexuales que había logrado después de zamparse un buen chancho asado. Si el chancho estimula la sexualidad, ¿por qué no se pueden destapar wáteres con Coca-Cola?
La ideología del pollo implica la necesidad de decir disparates. Y no hay mejor ejemplo de ello que Hugo Chávez: es probablemente el ejemplo antológico. Es cuestión de tirar frases, las que vengan, y la diarrea verbal llega solita, incontrolada. Es como si tuviera un tanque especial de reserva del que va sacando todas las incoherencias posibles, y mientras más suelta el grifo, obtiene más aplausos. Son personajes, además, que siempre tienen a alguien que explica a los demás la dimensión del caudillo, del jefe, del comandante. Una suerte de intérpretes de grandeza. ¿No oyeron a García Linera y de la “dimensión planetaria” del hermano Evo?
Comprendo el enojo de los homosexuales del mundo. Pero ellos tienen que comprender que todos estos personajes -los de la ideología del pollo- son, además, profundamente conservadores. Dentro de cada uno, hay una suerte de Ayatola.
Y son contradictorios: con la misma facilidad que condenan el capitalismo destructor y el dinero que se invierte en el armamentismo, pueden anunciar que compran tanques, submarinos, aviones, ¡y hasta la posibilidad de comprar misiles y plantas nucleares! Igual que Lula: estoy con los campesinos hasta que tengo que sacarlos para construir una hidroeléctrica. Ahí acaba la ideología del pollo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario