Las legiones de personas -una mayoría de jóvenes, pero no sólo ellos- que van por la ciudad “enchufados” a su walkman, mp3 ó 4 , i-pod, i-pad y otros aparatos electrónicos portátiles, están simplemente separados del mundo real y, por lo tanto, unidos a uno virtual y muy personal. No se puede ignorar el avance de la ciencia y su cada vez más fácil accesibilidad, pero la sabiduría radica en su utilización humanizadora.
La calle está repleta de ruidos y llamados que un ciudadano debe escuchar para ser partícipe de la sociedad y, además, por una simple precaución. Un llamado de auxilio, la bocina que advierte la amenaza de un conductor, el ladrido de un perro (amistoso o no), la conversación de un solitario, chocan ante el muro de esta sordera voluntaria.
Un psicólogo podría explicarnos la conducta de estas personas que ignoran su entorno y van por la vida ensimismadas en su mundo personal pregrabado. Las melodías, canciones, o cualquier cosa que elige para compartir consigo mismo, el hombre con los audífonos parece el ejemplo de la contradicción: una sociedad individualista-alista.
Las consecuencias son la mínima participación y la soledad, de acuerdo con el viejo humanismo. Y, yendo más allá, es un mecanismo de defensa: mientras menos involucrado yo esté con los sucesos de mi entorno, sabré menos de ellos y construiré un mundo personal y egoísta que me satisfaga, sólo a mí, parecen no reflexionar estos seres conectados a un minúsculo electrodoméstico.
Una persona que no tiene un i-pod es alguien que ha perdido el tren, nos machaca la publicidad. Pero, ésta viene de los vendedores millonarios de tales productos, y éstos son las vías directas de los fabricantes en cuya ideología está el trasfondo de hacer la sociedad menos social.
Después de un aprendizaje rápido, esa sordera social ya no precisa de cables ni audífonos. Son también miles los que ahora, con la mirada clavada en su celular que les brindan mil “servicios”, se aislan del mundo real.
Este avance científico está basado en la nanotecnología, es decir, en la utilización de cada vez más pequeños componentes, muchos de ellos microscópicos, que dan posibilidades casi ilimitadas a estos aparatos. Lo peligroso es que esta cualidad de minúsculo de la ciencia esté creando nanocerebros.
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