Se suele observar que cuando una persona muere, se genera una corriente de unanimidad para exaltar sus virtudes y minimizar los defectos y miserias con que todos los seres humanos nacemos y, eventualmente, llevamos a la tumba.
No es éste, sin embargo, el caso de Cayetano Llobet, cuyo deceso era esperado a causa de un cáncer que lo atacó sin piedad. Propios y extraños han sentido su fallecimiento.
Columnista de esta casa periodística durante muchos años, sus letras encarnaron el valor de las personas que han sufrido en carne propia la persecución de las dictaduras. Protagonista, desde la primera fila, de hechos trascendentales de la historia contemporánea de Bolivia.
Corría 1970. El recuerdo del mayo parisino estaba muy fresco, Woodstock había sacudido a la sociedad estadounidense, Cuba consolidaba su revolución y lloraba la muerte del Che Guevara… En Bolivia, el general Juan José Torres abría un “verano de libertades democráticas” conculcadas por las dictaduras de Barrientos y Ovando.
Cayetano Llobet fue uno de los delegados ante la Asamblea del Pueblo, aquel órgano que llegó a sesionar dos veces, pero que fue conocido como el “primer soviet boliviano”. Llegó el 21 de agosto de 1971 y quienes tuvieron la osadía de pretender otro futuro para el país debieron exiliarse o resignarse a una sañuda acechanza. Fue cuando Tano demostró toda su capacidad a través de la docencia universitaria allende nuestras fronteras.
El sacrificio de cientos de bolivianos, que se echaron a morir entre diciembre de 1977 y enero de 1978, permitió la apertura de un breve paréntesis democrático entre las dictaduras militares. Llobet volvió al país. Se alejó del comunismo maoísta de su primera juventud y se sumó a un proyecto que subyugó a varias generaciones, especialmente jóvenes: el Partido Socialista-1 liderado por Marcelo Quiroga Santa Cruz.
Llobet estuvo al lado de su líder el 17 de julio de 1980, cuando una horda paramilitar, que obedecía las órdenes de Luis García Meza y Luis Arce Gómez, arremetió contra la vida de Marcelo. Nunca se perdonó no haber podido hacer algo más para evitar el cobarde asesinato de Quiroga Santa Cruz.
Al regresar al país, Llobet abrazó la segunda actividad que lo caracterizaría hasta el día en que cerró los ojos, el periodismo de opinión.
“¿Opas seremos…?”, “Así nomás había sido…”. Fueron dos de las más felices expresiones que acuñó para criticar con elegancia, mordacidad y precisión las cosas que políticos y no políticos hacían y deshacían en el país.
Hizo una conversión y pasó de la izquierda a ser un defensor de la democracia. Fue un fuerte crítico de los partidos de turno, incluyendo el Movimiento Al Socialismo. Siempre expuso razones que, rebatibles o no, llevaban la estampa de convicciones frente a las que sólo cabía el respeto.
Murió como encaró la vida. Sin concesiones. Ahora, paz en su descanso.
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