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domingo, 7 de marzo de 2010

nuestro editor nos deja el presente testimonio de su milagrosa curación después de invocar la intervencion de San Juan Bosco ocurrida en 1955


Milagro de Juan Bosco

Mauricio Aira

Al morir mi padre (contaba 11 años, abril 1949), mis hermanas mayores pensaron que lo mejor para mi futuro sería ponerme de interno en el Colegio Don Bosco de Sucre, puesto que tampoco vivía nuestra madre, así que viajamos de Potosí a Sucre y muy pronto ya ingresado al colegio de San Agustín aprendí aquel “venid y vamos todos con flores a María…que madre nuestra es” que no olvidaría jamás. En efecto la devoción por la Madre de Dios, suplió de alguna manera mi orfandad hogareña. Seis largos años, los más felices de mi existencia habría de transcurrir compartiendo techo con los hijos de Don Bosco, aprendiendo a rezar, los cánticos religiosos, las lecturas piadosas, la doctrina de la Iglesia junto con el oficio de sastre y la alegría de la vida salesiana.

Sin embargo, una única pena cargaba a mis espaldas y es que había nacido con los pies convergentes. Una deformación física desde el seno de mi madre, que por entonces no tenía cura, al menos no en la Bolivia de los años cuarenta, de modo que debía usar calzado ortopédico y tener algo disminuidas mis prestaciones gimnásticas, lo que para nada restaba mi entusiasmo por los juegos infantiles, los paseos colectivos y hasta la práctica del fútbol con pelotas de trapo que nosotros mismos fabricábamos en el taller de sastrería. Muy a menudo vestía la sotana y sobrepelliz del “píccolo clero” la formación de monaguillos para ayudar en las ceremonias religiosas, lo cierto es que poco a poco fue surgiendo en mi interior la vocación religiosa. Soñaba ser un día sacerdote salesiano y al igual que su fundador poder dedicarme al “oratorio dominical” para enseñar el catecismo. Me percaté entonces que con aquel defecto físico no podría ejercer el sacerdocio, lo que hizo surgir en mi interior un fuerte reclamo a Dios “tengo que estar curado para ser sacerdote” y empecé a implorar a Don Bosco para que intercediera ante Dios y obtuviera el milagro.

No dejé en paz al bueno de Don Bosco. Mi invocación era cotidiana, persistente, clamorosa a todas horas hasta que…habiendo pasado algunos años sucedió lo más inaudito. Caminaba por un corredor de la Clínica Americana en abril de 1955, situada en el barrio de Obrajes de La Paz, luego de haber visitado a un amigo, cuando a mis espaldas escuché una voz: “Lo operaron a usted joven, alguna vez?” Nunca. Respondí. “Verá usted soy médico y me parece que usted debería ser operado” Se trató del Dr. Juan Gamarra ginecólo que regresaba a la Patria después de un postgrado en Argentina. “A ver, descálcese usted, -observó y manipuló el pie derecho- sí, esto se opera. No hay más que reducir el calcáneo y enyesar, con su juventud y sus ganas de vivir, es factible. Perfectamente factible” –le escuchaba atónito, sin atinar a otro pensamiento que Don Bosco me había oído, a lo mejor, me curaría- “quisiera estar seguro, si usted tiene tiempo, me gustaría que visitásemos al Dr. Abelardo Ibáñez Benavente, quién vive por aquí cerca camino al centro” Naturalmente, que respondí de prisa, entusiasmado que sí, que iría donde fuese menester. Gamarra me condujo donde Ibáñez afamado cirujano especialista en huesos, ya que en su condición de Ministro de Salud durante la Guerra del Chaco, le había tocado operar varios cientos, acaso, varios miles de casos de heridas de bala y malformaciones.

El diagnóstico fue confirmación del primero, adelantado por el Dr. Gamarra. “Haga usted lo necesario y mejor si logra internarse en ésta misma clínica, que queda muy bien ubicada para comodidad del Dr. Ibáñez y mía propia”. Es fácil imaginar que el corazón me latía acelerado y mi oración era de gratitud. “Completa tu obra Don Bosco. Ayúdame con los recursos para la clínica y demás.” No lo van a creer, pero la cadena de milagros no se detuvo.

Caí en la cuenta que mi cuñado, esposo de mi hermana mayor Adela, era funcionario de la flamante Caja Nacional de Seguridad Social, de modo que en compañía de mi anfitrión Mario Awad en cuya casa me hospedaba, madrugué al siguiente día y trepamos las 14 graderías de un edificio sin ascensor, hasta llegar extenuados a la oficina de Jorge René Zelaya quien escuchaba incrédulo mi relato del encuentro con los médicos y la propuesta de ser operado en forma gratuita. “Lo que sucede –comentó sonriente- es que quieren experimentar contigo. No están seguros de si las operaciones –una en cada pie- darán buen resultado. Pero si lo has pensado bien y ves que puede ser de tu provecho, yo no me opongo. Te voy a ayudar” En efecto Jorge René realizó algunas consultas, un par de llamadas y me extendió un memorándum dirigido al Jefe Administrador de la Clínica Americana de Obrajes, autorizando la internación y que la institución cubriría los gastos emergentes. ¡Totalmente increíble! Figuré como asegurado a la entidad social como hermano político de Zelaya. Pocos días más tarde ya en la clínica me abrieron un registro y se fijó la fecha de la primera operación que se realizó exitosamente. Algunas semanas después se repitió el procedimiento con el otro pie. Varios meses más tarde, luego de haber usado una silla de ruedas, muletas, bastón y zapatos algo reforzados pude salir de la clínica caminando con los pies enderezados. ¡El milagro estaba consumado!

En ocasión de visitar Bolivia la urna que contiene restos del santo Juan Bosco fundador de la orden salesiana y de conmemorarse los 200 años de su nacimiento, por primera vez ofrezco el testimonio de una gracia extraordinaria, absolutamente comprobable, con los nombres de los protagonistas algunos de ellos, felizmente con vida, que me hubo conferido Don Bosco en respuesta a la oración y al ferviente pedido de un “joven salesiano” profundamente agradecido.

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