¿Cuál es la imagen que se tiene ahora en el exterior sobre el actual Gobierno boliviano?
Antes de responder a la interrogante, conviene recordar la gran expectativa que Evo Morales y sus hombres promovieron en una mayoría de círculos de opinión de la comunidad internacional, particularmente en los países del Viejo Continente. Lo inédito inherente a un indígena que con respaldo de ‘originarios’ y sectores populares llegaba al poder y alentaba la certeza de que ingresaríamos a un interregno de cambios que afirmarían la democracia boliviana sobre bases de una plena inclusión social. No pocos incluso percibían en Evo Morales los perfiles de un Nelson Mandela aimara. Lo que se dice, casi nada en materia de comparación.
Durante bastante tiempo, el ejercicio del poder político ajustado a una metodología hegemónica no operó en el exterior efecto corrosivo en la imagen del Presidente del Estado Plurinacional. Así lo acreditaban las loas y los aplausos con los cuales era recibido en sus reiteradas asistencias a eventos internacionales en el Viejo y Nuevo Continente, halagos a los que agregaban los suyos ciertos medios extranjeros de comunicación social.
La cosa empezó a experimentar cambios con el asesinato de ciudadanos europeos sindicados de terroristas en un céntrico hotel de esta capital. Ayudó al deterioro de la imagen de Morales la casi ininterrumpida ola de persecución procesal-penal contra figuras prominentes de la oposición regional y nacional, algunas de las cuales optaron por el exilio en países vecinos, Estados Unidos y Europa.
Hoy, en los principales diarios de América Latina, Estados Unidos y de Europa, es posible comprobar un destacado registro informativo de la actual ofensiva gubernamental contra las autoridades democráticamente elegidas en las regiones del país, tanto a escala de gobernaciones como de municipios. En el exterior queda así más o menos claro que el Gobierno boliviano pone en ejecución todo un esquema que apunta a barrer del poder regional y municipal a cuantos no sean de sus filas, a fin de que el Movimiento al Socialismo (MAS) haga y deshaga en términos absolutos en ambos espacios. ¿Autonomías? Claro que sí, pero con recortes esenciales en recursos económicos, competencias y funciones, de modo que puedan ser dirigidas, en lo político-partidario, desde la plaza Murillo, donde está instalado el centro del poder.
El desencanto brota igualmente en esos organismos que desde diversas latitudes mundiales, pero principalmente de Europa y América Latina, irradian aquel etnoculturalismo que contagiaron a los actuales gobernantes ciertas ONG hoy arrepentidas y que operan en Bolivia. Específicamente, las de orientación ‘verde’ (manejadas por ex comunistas, conversos hoy a la causa ecológico-ambientalista) que ven, entre su desconcierto y desencanto, cómo Evo Morales y sus seguidores le rayan ahora la cancha a las comunidades indígenas respecto a competencias sobre explotación de recursos naturales de sus territorios, cuando ellos quieren que los indígenas decidan todo sobre el tema. El asunto proyecta al exterior la imagen de un Gobierno indigenista acosado por los propios indígenas a los cuales alega representar.
Resultado final: Bolivia empieza ya a aparecer en la nómina de países de gobiernos cuestionados y demeritados, cuya imagen dista de ser la mejor.
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