Los hombres, cuando irrumpen encrucijadas, o al menos incertidumbres, o ciertos acosos del alma, se fijan a menudo en aquellos instantes axiales en los que el pasado, el presente y el futuro se agolpan y deslumbran como contenidos densos que explican de manera extraordinaria el tamaño del mundo y sus circunstancias.
Gregorio congratulado por E.Morales en Septiembre pasado |
Así, con cierta intensidad, hace días había leído durante toda la noche el libro Una Mina de Coraje, la historia de la radio Pio XII, escrito por José Ignacio López Vigil (Aler/Pio XII, 1984) luego de una conversación que tuve en los días de septiembre con el padre Gregorio Iriarte en su humilde alcoba de la casa de los Oblatos en Cochabamba. En este libro, el padre Iriarte narra parte de su vida, aquella definitivamente marcada para siempre en las páginas trágicas de la historia del sindicalismo minero y la radiodifusión popular. El énfasis que ofrecía su conversación, coincidía con las huellas que llevaba en el corazón y la memoria respecto al dolor y la entrega que le ocuparon los años en el campamento minero de Siglo XX, sin evitar su inocultable admiración por el dirigente minero Federico Escobar Zapata.
La importancia de estos años de Iriarte se muestra cuando nada menos que el presidente de Bolivia, René Barrientos, le pide al oblato Gregorio Iriarte, explicar a su gabinete sobre la situación minera luego del despido de 5 mil mineros y una rebaja del salario obrero del 40 por ciento en 1965; y, aquel almuerzo del Presidente sólo con Iriarte en La Paz, cuando Barrientos le pregunta por qué hizo escapar a Federico Escobar Zapata a Chile. He aquí que las minas, el sindicalismo, la Pio XII y los oblatos, eran una referencia ineludible de aquellos inolvidables años.
El tono era menor cuando recordaba otros episodios políticos. Pero nuevamente avivaba la voz y la luz de sus ojos cuando se refería a sus libros escritos, con la misma emoción que le inducía relatar los años que vivió en Siglo XX.
Y, es aquí, en definitiva, que destella el punto axial del sacerdote Iriarte, aquel que cuando llegó en 1964 a Bolivia a convertir almas, de pronto fue convertido a la martirizada causa obrera, aunque es mejor decir, al doliente destino de Bolivia. Y no cejó en esa militancia hasta el último respiro de su vida. El día 11 de octubre de 2012, en una clínica de Cochabamba, antes de las 4 de la tarde cuando fallece -recuerda el padre Roberto Durette- una luz en su espíritu le induce a solicitar a sus hermanos oblatos a llevarle a su casa para seguir trabajando en pos de su irrenunciable causa. Sí, estruja el alma y la persistencia de una vida inclaudicable.
Escribió libros, porque a pesar de todo, la palabra valiente y coherente entre la vida y la obra, escrita en cualquier soporte y tiempo, conmoverá siempre la impiedad de la inconsecuencia de cierta inhumanidad. Es esta palabra, al final, que queda en el deslumbramiento de una vida que no ostentó nada más que el amor a Dios y al destino de los que fueron condenados a la miseria y la humillación.
Y como una indeseada querella, son estos hombres sin precio, en la historia del siglo XX de Bolivia, que se van de a poco, dejando a su manera, un cierto desdén y una inocultable piedad a las caballerías livianas del olvido y la inconsecuencia.
El autor es comunicador
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