El presidente Evo Morales asegura que uno de los pilares de su gobierno es la erradicación de la pobreza pero las más que visibles evidencias muestran que no está obteniendo resultados muy satisfactorios y que la cosa va en sentido contrario.
La imagen nada gratificante de niños del norte de Potosí pugnando por ganarse unas monedas mostrando su habilidades para el canto y el baile es cotidiana en varias ciudades del país y se acrecienta en las fiestas de fin de año, pero es claro que el número es cada vez mayor.
Es que el compromiso de lucha contra la pobreza que permanentemente proclama Evo es solo discurso para ser consumido por unos cuantos incautos. Sus recuerdos de una niñez signada por la miseria en su añorada Orinoca son simple y pura demagogia.
No hay una sola medida seria (y sí varias demagógicas) que haya adoptado el gobierno para reducir la pobreza. Por el contrario, sus esfuerzos y el entusiasmo que muestra para cerrar mercados para los productos nacionales y por consiguiente para incrementar el desempleo son dignos de mejor causa.
Queda claro que no ha hecho nada en el orden estructural para aliviar la situación de pobreza que confronta un número cada vez mayor de ciudadanos. Queda también claro (y esto es lo más llamativo) que la miseria que se evidencia en sus propias narices, a pocos pasos del Palacio de Gobierno, no lo conmueve en lo más mínimo y algún funcionario ha comentado que hasta le molesta esa imagen de niños harapientos y de caritas quemadas por el sol estirando sus manos para recibir unas cuantas monedas.
El Evo de ahora es la pura imagen del resentimiento. El Evo Morales de ahora no es el Evo de Orinoca. No es el Evo que han tratado de mostrar infructuosamente sus panegiristas a sueldo. El Evo de ahora se siente más a gusto en los actos oficiales, su presencia en actos de las llamadas “organizaciones sociales” responde a una estricta necesidad política.
Ya no es el niño que recorría a pié el altiplano orureño como se quiere mostrar en la imagen que han diseñado de él las ONG´s. Tampoco es el joven que en su bicicleta se dirigía a las reuniones sindicales. Desde hace mucho tiempo atrás prefiere las lujosas vagonetas 4 x 4 y cómodamente apoltronado en el helicóptero que le prestó su mentor y financiador, Hugo Chávez, prefiere no mirar esa realidad, esa dramática realidad de pobreza de la que dice fue parte.
La soberbia y la prepotencia son ahora sus principales características. Ya no recuerda cuando la prensa lo rodeaba para protegerlo y evitar que sea detenido a causa de uno de los tantos bloqueos de días y semanas que el promovía en el Chapare y de los muertos y heridos que ocasionó.
Ahora, los pobres, los marginados que demagógicamente dice defender solo merecen su atención en discursos para exportación y en concentraciones organizadas para imponer sus políticas, son únicamente el instrumento que le ayuda a satisfacer su patológica angurria de poder.
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