Los gobiernos totalitarios, entre las diferentes artimañas que emplean para apoderarse del poder, tienen una que, sin excepción a lo largo de la historia mundial, los caracteriza nítidamente: señalar a los medios de comunicación libres e independientes como enemigos y, por lo tanto, conspiradores permanentes a quienes hay que eliminar. Por igual, dictaduras de izquierda y derecha se han ensañado contra esos medios por el solo hecho de ser críticos de los desaciertos gubernamentales o por defender las libertades y derechos de los ciudadanos, por lo general conculcados por los regímenes dictatoriales.
La Alemania nazista, la Italia fascista o la Unión Soviética comunista y sus satélites fueron implacables con el periodismo independiente, al extremo de hacerlo desaparecer, dando cabida a una prensa única al servicio de sus intereses. Más recientemente, los gobiernos militares de las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado hicieron algo similar en América Latina.
De una u otra manera, los pueblos oprimidos por las dictaduras ejercieron la presión necesaria para dar fin con esas autocracias, permitiendo el retorno de la democracia y con ella el respeto a las libertades ciudadanas, incluido el derecho a una prensa independiente. No obstante, el péndulo de la historia ha puesto nuevamente en escena a engendros de las prácticas totalitarias del pasado, que llegan con vigor para emular a sus siniestros antecesores. Y, hoy como ayer, la prensa libre es el enemigo a batir.
Actualmente, los medios, especialmente en algunos países de Latinoamérica, soportan una intensa campaña de acoso, bajo acusaciones de presuntos complots, magnicidios y conspiraciones que sólo existen en las febriles mentes de los dirigentes “neo populistas” de la región. Comanda esta estrategia el “líder galáctico” venezolano, a la que se adhieren sus aplicados acólitos de Bolivia, Ecuador y Nicaragua, presagiando días negros para la prensa libre e independiente del hemisferio. (subeditorial de los tiempos de cochabamba, bolivia)
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