Aunque todavía no he podido asistir a la Feria del Libro de Santa Cruz yespero hacerlo pronto, me he enterado que en su febril actividad han ocurrido cosas más constructivas y edificantes que todo lo que está ocurriendo fuera de su perímetro.
Mientras Bolivia entera y Santa Cruz en especial se revuelcan en la hoguera de una persecución implacable en la que todos se persiguen y son perseguidos en un círculo vicioso que parece no tener fin, la feria gozó de un espacio-tiempo propio.
Se filtraron algunos ecos de lo que ocurre afuera, no podía ser de otra manera, pero estas voces tienen el gran don de venir comprimidas en libros que aunque contienen palabras fuertes, estruendos de rebeldía, dolores que se materializan en emociones, no persiguen a nadie, no matan, no perturban el sueño, sino que muy por el contrario hablan y hablan, tertulian de todo lo que nos sucede, tratando de ahuyentar a los demonios y los fantasmas que pretenden dominar nuestras vidas y los espacios de la ciudad que habitamos.
Entre estas voces comprimidas en libros se hicieron escuchar las de Ronald Méndez en sus “Cartas en tiempos del impostor”, la de Juan Carlos Urenda con “El sueño imperturbable”, la de Emilio Martínez con “La masacre del hotel Las Américas”, entre otras como la de Gabriela Ichazo con sus cartas de amor con cafecitos batidos, Homero Carvallo, Sarita Mansilla y muchas más que se aunaron para hacer del espacio de la Feria del Libro una tertulia grata, amena, como una laboriosa colmena de zumbidos fertilizantes, cargados de buenas nuevas, de pacíficas maneras de decir lo que se siente, de dar testimonio de la historia, de deformar, desfigurar, recomponer, descomponer y ovillar las telarañas que se tejen para hacer con sus hilos una mullida cama elástica en la que los chicos pueden saltar y dar rienda suelta a su fantasía y los adultos pueden relajarse o torturarse con enigmas, hacerse preguntas sin respuestas, romperse en cuestionamientos que astillan paradigmas y que hacen que lo imaginario tome el lugar de realidad que le corresponde.
En la Feria del libro pasaron también otras cosas, hubieron impasses y algunas confrontaciones, pero todas abiertas, todas útiles, todas irremediables. En especial tuvo bastante repercución el momento de provocación en el que María Galindo, feminista del grupo de Mujeres Creando confrontó en una entrevista a Brenda Jordan, una bella modelo. Ambas dijeron sus verdades y una y otra se parapetaron en sus posturas. Brenda, una hermosa morena de ojos bordados dijo no sentirse cosificada a efectos de la publicidad que usa cuerpos para vender productos. La Galindo, la interpeló por dejarse rebajar al estado de un eslogan. La Galindo es esencialmente provocadora y entonces le dio duro a las mujeres que son corporizadas en productos, le dio duro a los cuerpos que según su óptica se transforman en cuero, le dio duro a la bella chica que respondía con pequeñas dosis de sonrisa, una sonrisa que mostraba una fila de dientes blanquísimos. A decir verdad especté en la tele toda la confrontación en la que más que lo que decían y redecían la Jordan me pareció joven y bella y la Galindo muy entrenada a cuestionar a darle bofetadas a los paradigmas de mujer que se corporizan en la publicidad y a los cuerpos que según esta visión se hacen objetos.
Pero que cuerpos no se hacen objeto de algo o que objetos de algo de pronto no se vuelven cuerpos únicos, indivisibles con el ser de la persona que los porta. Los cuerpos son cuerpos y como tales son un lienzo, un papel en blanco en el que cada quien puede darles una versión, muchas versiones, puede dejar que otros le den un significado, puede exigir ponerse a sí misma el propio significante, pero son cuerpos y también son objetos, son cosas y no son cosas, son más que cosas, son casas, son espacios sagrados, son templos a eros, a la redención, a la fecundidad, a la vida que germina, son sobre todo seres que viven y se viven a sí mismos. También los seres son llevado al sacrificio con cuerpo y todo, también suelen ser inmolados, violentados. ¿Acaso no se cosifica un cuerpo al que se lo tortura, al que se lo somete, al que se lo asesina, se lo acribilla, se lo viola, se lo invade, se lo perfora con mandatos, se lo ignora, se lo deja morir sin amor, se lo humilla?
La discusión fue sólo el inicio de un ovillo al que no se le encontró el hilo, se atascó en el limite de la bella y la Galindo y debió ir más allá, porque la Galindo no es fea pero su cuerpo lo usa para interpelar, para provocar cuestionamientos y está en su derecho también, pero la Jordan quiere usar sus hermosas piernas, su tez morena y sus ojos de margarita para mirar con asombro el mundo, para que la miren con asombro y bueno, también tiene derecho a hacerlo.
Me pareció un lógico espacio de confrontación, dos mujeres tan diferentes, tan llenas de marcas y de señales que deja la vida cada una a su manera. En todo caso fue mejor que esos espacios en los que se sigue construyendo la marcha a la censura, donde se siguen costurando labios, pegando lenguas, donde se sigue exigiendo alinearse y punto, sin que las incautas almas, seres, cuerpos con vida consigan valorar quien es quien, o para que ese quien quiere seguir llevando agua a su molino, siguen exigiendo adscripción de las huestes que necesitan para construir la pirámide de cuerpos-ladrillos-adobes-cemento con el que apilarán cerros de milicias, masas de confrontación, masas de odio confiscador y cosificador.
Menos mal que la Feria no tuvo nada de esto, su perímetro estuvo exento de este tipo de manifestaciones horrorosamente peligrosas.
Que vivan los libros-cosas-vivientes-palabras sin lengua, que sigan las bellas, que sigan las que protestan, que sigan los cafecitos, los editores, los presentadores de autores, los críticos, los niños buscando fantasías y la enorme ola de letras que desde la Feria nos dio un buen revolcón en la arena húmeda de la esperanza.
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