Los antiguos resaltan que no hay mejor música para un reportero que escuchar la impresión de su periódico en una rotativa. El apuro del último dato, los gritos para acelerar el cierre y compartir la construcción diaria del conocimiento de nuestra realidad forman parte de esa magia incomparable de trabajar en una Redacción.
Denostados por el establishment intelectual como escritores a medias, cuestionados por los políticos de turno y arrinconados por los autoritarios que no quieren develar sus actos, los periodistas se levantan como molinos de viento en una sociedad sedienta de verdad.
Al haberse conmemorado ayer el día de los periodistas bolivianos vale la pena recordar a un viejo maestro de este bello oficio, Juan Carlos Gumucio, quien recordaba que el primer hombre y la primera mujer de una casa periodística es el reportero.
Ese sacrificado trabajador de las letras que sale a la calle a buscar la información todos los días con la aspiración de contar lo conocido a los miles de lectores, televidentes u oyentes de radio que esperan saber qué pasa y cómo ocurrieron los hechos que afectan a su sociedad y a su entorno más próximo.
No es posible ejercer este oficio sin vocación de servicio por los otros, por los que no tienen la posibilidad de acceder de forma inmediata a los asuntos que son de su interés.
Ser periodista significa disfrutar y sufrir con los otros la comedia y el drama diario de la vida. Así lo postuló y lo ejerció ese otro gran periodista polaco que fue Ryszard Kapuscinski, quien reclamaba de los periodistas no escribir nada antes de saber a fondo de qué se trataba, quiénes y por qué estaban involucrados en un asunto. Sin importar los géneros, sin importar el sacrificio, sin importar el editor o el tiempo, el reportero debe poner los pies en el barro y sentar sus talones sobre la tierra. Sólo así se acercará a esa realidad dura y desafiante que nos circunda. Además, deberá tener el temple del que sabe que afuera no le espera un cuento de hadas, sino de dolor y tristeza.
Ese reportero lidia, entonces, con los muros de la burocracia y la intolerancia que no quieren abrir los recintos públicos de la información a la investigación periodística. No hay periodismo sin investigación, alerta el gran Gabriel García Márquez, y eso requiere verificar hasta el último dato. Además exige la valentía de ir adelante pese a quien le pese, sabiendo que por encima de todo está el interés de la gente.
También debe pelear con las deficientes condiciones laborales que, muchas veces, desafían su voluntad por construir un espacio compartido por saber y conocer más de nuestro mundo. Tienen que sobrellevar el sacrificio de horas sin la familia y sin posibilidad de esparcimiento y diversión. Pero la recompensa también es enorme. Los lectores que llaman para darle fuerzas ante la intolerancia y el oscurantismo, y el placer de ver en rotativa las palabras y los pensamientos que hablan de una nación en construcción.
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