Expulsados del paraíso
autora: Centa Reck. Fuente: hoy bolivia
El acto oficial en el que el Gobierno promulgó la nueva Constitución Política del Estado, encontró a gran parte del pueblo boliviano mirando de palco, como una de las escenas-show a las que el actual gobierno nos ha acostumbrado en tres años de gestión, donde un día amanece de casco y nacionalizando, otro día inaugurando una Asamblea Constituyente, otro día militarizando un aeropuerto, otro dictando estado de sitio en un departamento, otra tomando preso a un prefecto, otro cercando al Congreso de la ex República para hacer aprobar leyes o aprobar uno y otro referéndum y en este despuntar del 7 de febrero promulgando una nueva CPE.
El acto que transcurría en El Alto, encontró así a los ciudadanos cruceños y lo mismo deben haber sentido los pandinos, los benianos, los tarijeños e incluso los chuquisaqueños, que en unión a seis ciudades capitales le dijeron NO a la constitución ayer promulgada por el presidente Evo Morales, amodorrados, indiferentes, viendo algo que pasa por sus narices sin que se sientan partícipes, ni actores, ni protagonistas de esa historia que ha hecho su propio guión sin tomarlos en cuenta ni como actores extras y menos de reparto.
Las cámaras de televisión boliviana de la que se colgaron también otros canales, nos permitieron ver con zaping incluido la escena del advenimiento del paraíso terrenal que anunciaban los evangelizadores del MAS, y que el propio Presidente proclamó con marcha militar, con una gran masa de milicias masistas movilizadas hasta las inmediaciones de El Alto, donde transcurrió el acto de juramento en el que instó a defender la constitución que proclamó la vigencia del "socialismo comunitario" en Bolivia.
Bastó ver todo el despliegue escénico para entender que muchos bolivianos no tienen velas en ese entierro, porque allí sólo se podía ver la Bolivia indigenista, que no tiene nada de malo, todo lo contrario, es absolutamente respetable, pero que ha excluido totalmente a los mestizos y mucho más a los pobladores de los valles, del chaco y de los llanos orientales apostando a ser considerados como los únicos habitantes que son dueños de esta patria que digan lo que digan es de todos.
El presidente Evo Morales dijo entre otras cosas y con las mismas miscelaneas con las que siempre matiza sus discursos “Misión cumplida y Patria o muerte” a lo que la masa allí concentrada contestó: Venceremos.
La nota patética infaltable del discurso del Presidente tuvo como punto central el debido recuento de las supuestas veces en que los grupos opositores orquestaron sacarlo del palacio e incluso matarlo. La brecha quedó marcada y la cancha rayada cuando proclamó que de aquí en más ha vigentado el socialismo comunitario indigenista que le otorga al estado un rol único y no sólo central en el sentido no sólo de administración del poder sino también como exclusivo administrador de la economía de los bienes públicos y con tendencia a ir tomando la economía privada.
Evo Morales, que para llegar a este punto derrocó a tres prefectos electos y tiene en lugar de estos a tres interventores y que a pesar de todos estos movimientos y estrategias de toma de las prefecturas tiene todavía cuatro prefectos que han sido elegidos por los departamentos opositores, planteó que todo el proceso político que ha dividido y polarizado fuertemente a Bolivia debe terminar en una reconciliación y que citará a todos estos dirigentes a pactar esta reconciliación.
La palabra apareció de pronto, así como tirada de los pelos, un ave extraña dentro de la arenga que nunca ha dejado de mostrarse compacta, un bloque de cemento, una capa asfáltica, un discurso impenetrable que no ha aceptado recibir ningún tipo de intercambio, de análisis, discusión y menos de aceptación de las realidades culturales, económicas y productivas diferenciadas que no tienen muchos puntos en común con aquella que su partido ha plasmado en su texto constitucional.
Patria o muerte venceremos, y luego reconciliación, suena demasiado forzado, suena más bien a exigencia, a mandato a someterse y a acatar.
Morales y la fracción de población de bolivianos que lo siguen festejó en El Alto, frente a la indiferencia de quienes ven el proyecto de país que postula más distante y más árido de lo que se supusieron que sería al principio de su mandato.
El vicepresidente se mostró entre los más entusiasmados, puso en todo el acto cara de adolescente rebelde que finalmente ha conseguido personificar su fantasía revolucionaria, hojeaba el texto constitucional frente a las cámaras, como quien hojea la revista de Santo el enmascarado de Plata o Archi y sus amigos. Los ministros hacían lo propio sobre todo Sacha Llorenti que aprovecha la primera cámara que encuentra y hace cuestión de hacer todas las declaraciones posibles para hacerle saber al Presidente que es un masista de pura cepa, posiblemente esté todavía tratando de ganar espacio en el difícil terreno de los mestizos masistas que tienen el poder y de los que se dice que están librando una guerra interna por posiciones de poder y que han logrado dislocar a Santos, a raíz de un escandaloso caso de corrupción y crimen de por medio.
Evo Morales dijo de soslayo algo alusivo al mentado caso, haciendo mención de que la corrupción es parte de la herencia colonialista; con lo que quedaría comprobado que Santos Ramírez, así como muchos de sus colaboradores tienen hasta en la médula la estructura colonialista que supuestamente se está combatiendo en Bolivia; algo tan paradójico como combatir el cáncer con células cancerígenas.
Bueno, todos estos discursos tendrán que parar en algo, se decían aquellos que saben que han sido expulsados del paraíso del estado social comunitario plurinacional, y que en la presente ocasión miraron de palco cómo se van atragantando uno a uno de los socialistas comunitarios con las tentadoras manzanas del mal que ha fruteado de manera inusual en el frondoso árbol del paraíso comunitarista.
Al acontecimiento asistieron el secretario General de la OEA, José Miguel Insulza, muy vapuleado por sus actuaciones de chupa y farra con el chavismo y el evismo y la premio Nobel de La Paz, la indígena guatemalteca Rigoberta Menchú; por supuesto que no podía faltar el canciller venezolano, Nicolás Maduro.
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