En la ciudad de La Paz, en una casa de la Av. Arce frente a la Embajada de Brasil, a la una y quince de un lluvioso viernes seis de febrero de 1981, me encontraba reunido con la familia en la mesa del almuerzo, cuando la sirvienta anunció con su particular sintaxis:
-dos jóvenes lo buscan al caballero -dijo- con él siempre quieren hablar, añadió.
Salí a la verja que daba a la calle, enfrentándome a dos soldados, arquetípicos campesinos indígenas uniformados del ejército boliviano.
-somos del servicio de Seguridad del Palacio y mi General quiere hablar con ustedes, dijo uno.
-pero yo acabo de llegar, tengo que almorzar.
-no importa, señor Aira, le vamos a esperar.
Llovía copiosamente cuando media hora más tarde, con el corazón golpeándome el pecho sobre las intenciones del tal general, pero cansado de estar a salto de mata, cogí un impermeable para asistir a la convocatoria de quién no era otro que Luis García Meza, dictador de Bolivia desde el sangriento golpe de estado del 17 de julio, seis meses atrás.
Mi esposa Jenny se ofreció a acompañarme y lo acepté con secreta alegría:
-me parebien -fingí liviandad- después de hablar con el general podremos ir a comprar los útiles escolares que necesitan los niños.
Aún con la incertidumbre como espina atravesada en el alma, lejos estaba de sospechar, pobre de mí, que nunca más volvería a casa y que a partir de aquel día mi destino cambiaría para siempre.
Camino al Palacio me puse a cavilar, porque hacía meses que me sentía perseguido. La misma empleada de la casa había afirmado que una vagoneta (ambulancia) beige del servicio de Seguridad del Estado, que el régimen utilizaba en la represión había aparcado cerca de la casa montando guardia. Un día antes cuando asistía a una reunión social en un céntrico hotel, me habían advertido que no volviera a casa porque agentes de seguridad me estaban esperando.
Ante aquella alarma llamé por teléfono esa misma noche a quién creyera un amigo. Era el coronel Faustino Rico Toro, alto personero del régimen Jefe de la Casa Militar y asesor en asuntos de seguridad, una especie de ministro de la caza de brujas de la represión:
-sabes algo en relación a una orden de detención contra mi persona?
-no sé de qué se trata, en éste momento me ha llamado mi general y estoy dirigiéndome al despacho presidencial.
-quiero decirte Tinino que estoy en el Hotel Gloria y me puedes llamar aquí, que no tengo ningún motivo para esconderme pués no he cometido delito alguno.
Por precaución aquella noche me abstuve de volver a casa y pasé la noche en otro hotel.
Héme aquí ahora -pensé- en curiosa comitiva con mi esposa y los dos guardias, camino al palacio presidencial en un taxi cuya carrera tuve que pagar yo mismo. Subimos por la calle Ayacucho, donde varios turistas escalaban a pié la empinada vía en esta tortuosa ciudad de aire ralo y paisajes impresionantes que te quitan el aliento, además. En el viejo edificio de la Plaza Murillo, nos invitaron a pasar al segundo piso, a una pequeña habitación donde empezó una larga espera.
Luego de casi tres horas, mi esposa tuvo que retornar a nuestro hogar, no sin antes indagar con los guardias que nos habían llevado hasta allí. Le dijeron que el Presidente estaba en el Beni, que estaba lloviendo mucho y que el avión presidencial no podía levantar vuelo. Jenny salió con la promesa de regresar rápidamente. No volvería a verla hasta medio año después, en Rio de Janeiro.
Al salir mi esposa se había encontrado con el coronel Rico Toro, quién le comunicó que yo quedaría detenido en forma indefinida por orden del General García Meza. Mientras tanto, fuí invitado a pasar a la sala de edecanes, donde se me sirvió una comida bastante suculenta, aunque difícil me fue degustarla por la inquietud de no saber porqué me encontraba allí.
Terminada la cena, fuí trasladado a una casa de seguridad en la Av. 20 de octubre, a pocas cuadras de mi residencia. La tal casa en ruinas situada a poco metros de la Embajada de Chile tenía tres pisos y estaba deteriorada, con unas escaleras que se caían en pedazos y en el piso segundo había una especie de oficina con todos los muebles desvencijados.
Lo cierto es que además de tomar mi nombre y dirección, mi profesión y ocupación actual quedé en calidad de detenido incomunicado. Pregunté al que llenaba el formulario porqué razón estoy preso, y me respondió -porqué creé usted que lo hemos detenido!, respondí que no tenía la menor idea. Me hicieron descender al sótano donde había una celda maloliente con dos literas de dos colchones cada una que estaba ocupada con los propios agentes. Volví a preguntar la razón por la que se me privaba de la libertad. No hubo respuesta entonces, ni nunca hasta el día de hoy 27 años después. Es que soy una de las víctimas del terrorismo de estado, de la dictadura de García Meza que algunos días más tarde me embarcó en un avión, escoltado por un agente civil que me ayudó a desembarcar en Buenos Aires, sin documentos, sin equipaje, sin dinero!
(El testimonio figura en las página 17 a 19 de mi libro "Gotemburgo Destino Final" que se puede leér en www.noticiasbolivianas.com dossier. Es el primer libro boliviano que también se puede escuchar página tras otra gracias a la magia de Internet y la labor de difusión cultural de Comteco, Cochabamba. El libro está a la venta en los Amigos del Libro en Bolivia y en Suecia en Librería Católica, en el Instituto del Inmigrante o se puede pedir en préstamo en cualquiera de las 342 bibliotecas municipales)
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