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martes, 5 de enero de 2010

espantada por la designación de Roberto por Evo a la Alcaldía camba, Soledad Antelo lo recuerda como "prototipo de corrupción" (bolpress)

De regreso al pueblo, me topé con una sorpresa grande. Masoquista como soy, lo primero que hice fue leer la prensa citadina; El Día (¡cuándo no!) es el pájaro de mal agüero que abre primera plana de la siguiente forma: El MAS va con candidatos prestados en Santa Cruz.

A las 17.45 de ayer y después de unas ocho horas de negociaciones, el oficialista Movimiento al Socialismo abrió el telón para presentar a dos candidatos prestados: el abogado socialista Jerjes Justiniano Talavera a la Gobernación y al ex ucesista y ex aliado de Tuto Quiroga, Roberto Fernández, a la Alcaldía de la capital cruceña. Ese fue el corolario de una tensa jornada...

Me he quedado muda. Pensando en las vueltas que nos trae la política. Reflexionando en mis propias justificaciones cuando don Isaac Ávalos, dirigente campesino y actual senador electo por Santa Cruz en las listas del MAS, nos traía la nueva de la incorporación de Chichi y otros malandrines de la tristemente célebre Unión Juvenil Cruceñista. Entonces -recuerdo- el consuelo se apoyaba en dos pies de barro: que eran ellos los que se adherían al proceso arrepentidos y que eso no significaba entregarles espacios de poder y decisión.

¿Qué decir, ahora, al ver nada más y nada menos que a don Roberto Fernández de máximo exponente del proceso de cambio para las elecciones municipales de la principal ciudad de Bolivia? ¿Cerrar los ojos o mirar para otro lado? Si algo nutrió nuestras ilusiones fue precisamente la denodada lucha contra la corrupción, de la que los hermanos Fernández, UCS como herramienta "política", fueron expresión execrable.

He escuchado las razones del presidente Evo Morales. "Solos no podemos ganar en Santa Cruz", ha dicho. Él también ha cerrado los ojos muy temprano, tal vez un día antes, para no ver cómo su actual candidato estaba en vísperas de cerrar trato con Óscar Ortíz y sus derrotados de UN. Se ha tapado los oídos para no escuchar arengas que, en nombre de la cruceñidad, ha hecho abierta y/o solapadamente don Roberto Fernández, hasta hace no mucho.

Así como en su momento no he creído en la conversión de los violentos unionistas, hoy tampoco creo que don Roberto hubiera recibido la luz de las ideas de cambio para transmutarse en uno de sus paladines. Amén del sambenito de la "sensibilidad social" (dicen que hasta Hitler la tenía), nada de común puede hallarse entre el actual candidato a Alcalde por el MAS IPSP y el proceso de cambio que lidera el presidente Evo Morales.

¿Qué explica, entonces, tamaña decisión? Nada más que el puro pragmatismo, aquel que llevó a la UDP al desastre guiada por el coro de miristas que gritaban ¡gobierno a cómo de lugar! Un pragmatismo que terminará en uno de dos extremos: la derrota simple y llana, porque dudo mucho que Roberto entusiasme demasiado; o una victoria pírrica para no tener un alcalde, ya que más temprano que tarde, el ahora candidato no vacilará en cruzar nuevamente de acera.

Es justo reconocer -al menos así lo refleja la prensa de hoy- que ha habido voces discordantes. Que incluso le han avisado al presidente que Fernández fue formalmente acusado ante la Justicia por corrupción. Y que él se ha descargado mostrando un sobreseimiento, figura muy pero muy común que nuestra generosa "justicia" reparte entre pocos afortunados, pero afortunados de a de veras y no de espíritu, precisamente.

Por lo pronto, dos imágenes se me cruzan por la mente. Una, de de un perdedor valioso, del que me siento orgullosa. Jerges Mercado (con "g" de ganador, escribió en sus octavillas de campaña en las elecciones pasadas). Demostró de lejos ser el mejor candidato a uninominal que tenía el MAS IPSP en Santa Cruz. Ironías de la política, perdió con un aprendiz de apellido Monasterios, sobrino de Desirée Bravo, tía buena que lo hizo candidato a mano y logró convertirlo en diputado tras una acertada inversión de recursos y esfuerzos familiares.

Y la otra, de don Max Fernández. A estas alturas, amargado en su tumba por la forma en que los hijos malversaron su fortuna, debe empezar a sentirse en paz. Por un lado, Johnny ha vuelto a las andadas, parece haber aprendido mucho aunque su campaña no le dé para hacerse muchas ilusiones; seguro tendrá algún concejal en quien apoyarse esperando mejores días. Y Roberto, de quien dicen que es el único que estudió algo, que le depara la tranquilidad de haber ganado la lotería sin haber comprado número.

Mientras tanto, tres meses por delante, habrá que pensar en el mal menor. ¡Qué horror!

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